¿Cómo voy a leer la reforma laboral que se publica mañana?

 

Antes que el texto del acuerdo alcanzado entre Sindicatos y Patronal se aprobara por el Consejo de ministros y, lo más importante, antes de leerla publicada en el BOE, todo el mundo ha dado su opinión. Faltaba yo, aunque poco importe lo que diga. Pero me quedo más tranquilo.

 

Como bien describen Carl T. Bergstrom y Jevin D. West, estamos en la era de la charlatanería o, como se dice en anglosajón, la era del bullshit. Mucha información, mucha opinión y mucha falsedad. Decía Jonathan Swift que la falsedad vuela y la verdad viene cojeando tras ella.

 

Sin leer el texto de la reforma laboral, todo el mundo opina. Los hay, como Pablo Casado, que dice que es una contrarreforma y que no votará a favor. ¡Qué sabrá la CEOE de esto! Los hay, como Marhuenda, que sin tapujos afirma que Garamendi es un ministro socialista más. Pero no sólo desde la derecha se critica, también desde la izquierda. La propia CGT lo tilda como “una tomadura de pelo”. Lo de la USO es más gracioso, porque afirma que “se recupera la ultraactividad que, de facto, ya se aplicaba gracias a la sentencia ganada por USO.” Un ejemplo de bullshit. Esa afirmación se hace el 23 de diciembre de 2021 para luego decir: “Las negociaciones de esta reforma han estado, de nuevo, marcadas por el oscurantismo. Meses y meses sin que nadie sepa qué se ha estado poniendo encima de la mesa ni por qué. Hasta el punto de que se ha pregonado el acuerdo sin dar a conocer en detalle en qué consiste”. Mi pregunta es: ¿En qué quedamos? Digo que es una reforma que no vale, pero luego digo que se ha ocultado todo. Opino sin leer.

 

Me acuerdo de una famosa frase de Baltasar Gracián, jesuita y escritor del Siglo de Oro que decía que “para gobernar locos es menester gran seso y para regir necios, gran saber”. Gobernar no es fácil, llegar a acuerdos mucho menos. Aunque no lo digan, todos los que critican el acuerdo algún interés tienen. Ya sea porque no son protagonistas y decir que no vale nada es la posición más fácil, otros porque no su espacio de negocio jurídico se reduce y otros porque cualquier voto vale.

 

Prefiero situarme en la posición más difícil. El Ministerio de Trabajo, encabezado por Yolanda Díaz y con el trabajo técnico de Pérez Rey, ha conseguido poner de acuerdo a los Sindicatos y a la Patronal desde antes que yo naciera. Es decir, nunca había visto un acuerdo de esta envergadura. Todo, hasta el momento, ha sido imposición. Quizás, por eso, no debería sorprenderme las críticas. Siempre ha sido imposición de un Gobierno u otro. Y llega una comunista y nos ponemos de acuerdo. Cuando siempre he escuchado que comunista es sinónimo de destrucción, caos, imposición e infierno.

 

Creo que más que acordar, las partes han transigido. Según la RAE una acepción de transigir es “ajustar algún punto dudoso o litigioso, conviniendo las partes voluntariamente en algún medio que componga y parta la diferencia de la disputa”. Es más, han transigido tres partes, con sus respectivos intereses. Además del elefante que siempre estaba en las reuniones, pero nadie nombra, la Unión Europea. El Bruselas que siempre observa.

 

En una sociedad sana, democrática, llegar a acuerdos no debiera ser calificado como un fracaso de uno u otro. Ni uno pierde más, ni otro gana menos. El profesor Baylos en su entrada realiza una reflexión muy interesante sobre política y “erosión de la salud democrática”.

 

Es un acuerdo en el que todos avanzamos, menos de lo que quisiéramos, pero más de lo que teníamos, pero avanzamos hacia unas relaciones laborales más justas. Con acuerdo y con mucho esfuerzo, al menos, de lo que conozco, por parte de CCOO. A los que han negociado les digo: “Ladran, Sancho, señal que cabalgamos”.

 

Luisa Carnés, en su libro, Tea rooms. Mujeres obreras, entendía la sociedad como “los que suben en ascensor y los que utilizan la escalera interior.” El acuerdo acerca el ascensor un poco más a todos y todas.

 

Desde esta perspectiva voy a estudiar la reforma laboral que se publicará mañana en el BOE.

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